Por Andrea S. González
Para LA NACION
La filiación es un acto simbólico, que nombra a un niño como hijo de alguien y va mucho más allá del acto de engendrar. Procreación y filiación no siempre son sinónimos. En el ser humano se impone el interrogante por sus orígenes, tanto a nivel filogenético como ontogenético. El hombre busca la clave de su ser, preguntándose qué lugar ocupó en el deseo de sus padres y cómo llegó a este mundo. Incluso duda de las versiones que le han dado.
Es el «padre» quien duda del origen biológico de «su hijo». El origen de ese niño está puesto en cuestión… ¿o es la paternidad la que está puesta en cuestión?
La familia tradicional, basada en la pareja conyugal, ha sufrido cambios y fracturas. Cada vez más, se descentra al padre de su antiguo lugar dominante. La figura patriarcal de antaño ha ido perdiendo fuerza y poder.
Extremando este fenómeno se impone que todo debe ser parejo, no hay lugar para la disimetría ni la diferencia. El avance indiscriminado de la ciencia contribuye a alentar la ilusión de creer que la diferencia se puede eliminar, que todo se puede homogeneizar, y que el saber absoluto es posible.
Que un hombre dude de la paternidad que su mujer le ha adjudicado implica, en principio, que le está adjudicando esa progenie a otro hombre (aunque no sepa a quién). Es decir, supone un tercero que lo ha perjudicado. No confía en la palabra de su pareja, que lo ha nombrado padre; atribuyéndole a ella un acto de infidelidad. La mujer está puesta en cuestión, o… ¿es la paternidad? ¿Cómo engendra un hombre semejante duda y decide corroborarla ?
Es dable pensar que algo del desencuentro se ha jugado en esa pareja. El encuentro amoroso, que supone el enlace de dos sujetos vía el amor y el deseo, ha trastabillado; y no necesariamente porque haya habido infidelidad; la duda, la sospecha y la desconfianza ya hablan de esa vacilación.
Los analistas de pareja decimos que el pacto fundante (inconsciente) de la pareja se resquebrajó. El lugar que le damos a nuestra pareja, la posición en que nos ubicamos frente a ella. Los encuentros y desencuentros amorosos; los pactos explícitos e implícitos; las escenas repetidas, que a veces acarrean tanto sufrimiento, llevan la marca de nuestro propio origen. De cómo fuimos amados, alojados, deseados o no. Marcas que se movilizan a la hora de asumirse padre.
(#) La autora es psicoanalista y experta en relaciones de familia.
Articulos publicados por La Nación el Domingo 19 de 2006 – www.lanacion.com