Pasaron 4 meses presos por una violación y eran inocentes
Son un hombre de 51 años y su hijo, de 24. Un testigo dijo que no eran los culpables, pero igual los enviaron a una cárcel. «Fue un martirio; nunca habíamos estado presos», cuentan. Ya los sobreseyeron.
SIN CULPA. Edwin e Irineo Lapaca son inmigrantes bolivianos. Recién ahora pudieron volver a trabajar. (D. Waldmann)
Irineo y Edwin dejaron su Oruro natal en 2003. Como miles de bolivianos vinieron a Buenos Aires en busca de trabajo y un porvenir mejor. Con mucho sacrificio, luego de trabajar como empleados en un taller, consiguieron un préstamo y se compraron unas máquinas de coser. Estaban montando su propio taller de costura cuando su sueño se derrumbó: los detuvieron acusados de una violación.
Pasaron casi cuatro meses presos en el penal de Ezeiza hasta que el examen de dna confirmó que ellos no tenían nada que ver, tal como había declarado un testigo clave, ignorado durante varias semanas por la Policía y relegado por el juzgado. Ahora decidieron contar su historia para que se investigue a los policías que los detuvieron.
Irineo Lapaca Laime (51) y su hijo Edwin Ramiro Lapaca Acapa (24) dejaron en Bolivia a gran parte de su familia. Con ellos vino Fabiola, la mujer de Edwin. Los tres se instalaron en la casa de otra hija de Irineo, Marisa, en Mataderos, que ya lleva 10 años viviendo en el país.
El 29 de julio del año pasado padre e hijo fueron a jugar al fútbol al Parque Indoamericano con otros amigos. «Ganamos el partido y nos fuimos a festejar a un bar», cuenta Edwin. Bebieron mucho y, ya en la madrugada del día 30, decidieron irse a su casa. Caminaron unas cuadras hasta que llegaron a Zuviría y Araujo.
«Había un procedimiento policial. Nos señalaron y sin decirnos nada nos esposaron y nos metieron en dos patrulleros. No entendíamos nada», relata Edwin.
«Los policías de la comisaría 48ª los detuvieron por lo que había dicho la víctima de una violación, que estaba también muy alcoholizada y señaló a Edwin vagamente. Lo más dramático es que había un vecino que desde su terraza vio a los violadores de la chica y les dijo a los policías que los detenidos no eran los responsables y no lo escucharon», cuenta Gabriel Becker, defensor de los Lapaca.
Los policías argumentaron que Edwin tenía el cierre de su pantalón bajo y que su padre tenía el cinturón desabrochado.
Edwin habla con voz suave. Su padre escucha y sólo responde a las preguntas con gestos de su cabeza. «Nunca habíamos estado presos. Fue lo peor que nos pasó en la vida», dice Edwin conteniendo las lágrimas.
En la cárcel la pasaron muy mal. Los alojaron a los dos en el mismo pabellón pero en diferentes celdas. «Nunca dijimos por qué nos habían arrestado, teníamos miedo de que nos mataran. Pero igual fue un martirio: nos amenazaron de muerte y con prendernos fuego. A mi me golpearon varias veces», relata Edwin. Su padre asiente.
«En los primeros dos meses casi no dormimos, por miedo a que nos hicieran algo de noche. Tampoco nos bañamos porque habían amenazado violarnos en las duchas y comíamos poco: la comida a veces estaba podrida y con gusanos», cuenta el joven.
También pasaron frío porque otros presos les robaron la ropa de abrigo y las frazadas. No fue lo único que les robaron: la comida y las tarjetas telefónicas que les llevaba Fabiola se las sacaban en cuanto podían.
«No eran sólo los presos los que nos golpeaban y nos robaban. Los guardiacárceles también lo hacían», explica Edwin.
La pesadilla de los Lapaca terminó el 27 de noviembre cuando el juez Rodolfo Cresseri resolvió sobreseerlos. Un día después recuperaron la libertad.
El juez se basó en el testimonio del vecino que aseguró que ellos dos no eran los violadores de la chica; en los informes psicológicos de ambos que no revelaron perturbaciones sexuales ni alteraciones psicológicas; y, fundamentalmente, en el examen de ADN.
La víctima de la violación volvió a Bolivia y por una mala investigación dos inocentes estuvieron presos y la causa quedó impune.
«Se va a evaluar la actuación irregular de los policías intervinientes de la comisaría 48ª a los fines de iniciar acciones penales contra los mismos», asegura el abogado Becker.
Los Lapaca están libres pero los meses en que estuvieron presos se perjudicaron mucho y eso los marcó a fuego. El dinero que les habían prestado se evaporó con los gastos legales y otros que tuvieron mientras estaban presos.
Hace unos días Irineo y Edwin consiguieron trabajo otra vez como empleados de un taller de costura y están empezando de nuevo. Con el mismo tono del principio, suave, casi inaudible, Edwin dice: «Derramé muchas lágrimas pero descubrí la Biblia y me refugié en ella. Tenemos la conciencia tranquila y la Justicia nos dio la razón. Ahora queremos trabajar. Nada más».