La determinación del vínculo biológico entre las personas ha sido una preocupación desde tiempos lejanos, en particular, para establecer la paternidad. Pero hasta el siglo XX, el único parámetro concreto para dilucidarlo era el parecido físico, que daba lugar a interpretaciones subjetivas y tenía un gran margen de error. Si bien a partir de 1900 comenzaron a hallarse métodos más objetivos, fue recién desde la década de 1980 que el análisis de las huellas genéticas impresas en el ADN permitió aumentar la certeza.

Como continuación de la jornada del 29 de noviembre en la Facultad de Derecho, el jueves 30 el encuentro contó con la presencia de Estela de Carlotto, Presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo; Ángel Carracedo Álvarez, Director del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Santiago de Compostela; Horacio Pietragalla, nieto recuperado; Pablo Coll, investigador del Departamento de Computación de esta Facultad, y Viviana Bernath, Doctora en Ciencias Biológicas y Directora de Genda, laboratorio de Genética y Biología Molecular, entre otros.

  La determinación del vínculo biológico entre las personas ha sido una preocupación desde tiempos lejanos, en particular, para establecer la paternidad. Pero hasta el siglo XX, el único parámetro concreto para dilucidarlo era el parecido físico, que daba lugar a interpretaciones subjetivas y tenía un gran margen de error. Si bien a partir de 1900 comenzaron a hallarse métodos más objetivos, fue recién desde la década de 1980 que el análisis de las huellas genéticas impresas en el ADN permitió aumentar la certeza.

  «Nosotras, con esa ilusión de recuperar el nieto, mirábamos las caritas de los bebés pensando que íbamos a encontrar los ojos del hijo o de la hija, el color de pelo. Una ilusión absurda, pero no nos dábamos cuenta. A veces seguíamos a una pareja que llevaba a un bebé que se parecía al hijo nuestro, o a la hija. Pero la mamá era igual al niño», relató Carlotto, haciendo referencia a los primeros momentos de la dictadura en que las abuelas iniciaban la búsqueda de sus nietos nacidos en los centros clandestinos de detención.

  Pero el parecido físico, o la ausencia de parecido, también fue un disparador para iniciar la búsqueda de la identidad, como fue el caso de Horacio Pietragalla, uno de los últimos nietos recuperados. Horacio relató que, a partir de los 15 años, reparó en que sus rasgos físicos eran diferentes de aquellos que decían ser sus padres. Esa discrepancia, sumada a otros factores, lo llevó, diez años después, a encontrar a su familia biológica y conocer su verdadera historia. Pero la última palabra la daría la prueba del ADN.

La búsqueda incansable

  Las abuelas pronto comprendieron que, para hallar a sus nietos, debían encontrar un parámetro que les ofreciera certeza. La esperanza la dio una noticia del diario: con un análisis de sangre un hombre había podido determinar su paternidad. Pero en el caso de los nietos, los padres no estaban. ¿Serviría la sangre de las abuelas? «Así iniciamos la búsqueda, visitamos muchos países, hasta que en Estados Unidos encontramos a genetistas argentinos, exiliados, como Víctor Penchaszadeh (del Albert Einstein College of Medicine de Nueva York), que nos recibieron con los brazos abiertos. Investigaron, y al año siguiente tenían una respuesta categórica: con la sangre de la familia materna podía reconstruirse el mapa genético de los hijos que no están, y así restablecer el vínculo. Es lo que se llamó índice de abuelidad», detalló Carlotto. De esa manera nació el Banco Nacional de Datos Genéticos de familiares de niños desaparecidos, que funciona en el Hospital Durand, y se convirtió en ley nacional en mayo de 1987, reglamentada en 1989. «A partir de ese momento, llenamos ese banco con nuestra sangre. Y esperamos a los nietos», expresó la presidenta de Abuelas.

  «Existe un proyecto de ley que estamos tratando en el Congreso para crear el Instituto Nacional de Datos Genéticos», anunció en el Coloquio el doctor Luis Alén, Jefe de Gabinete de la Secretaría de Derechos Humanos, quien participó en reemplazo del doctor Eduardo Luis Duhalde.

  Lo cierto es que hoy la genética forense representa una ayuda inestimable para los jueces. «Hay en el mundo alrededor de 700 laboratorios y 3500 expertos que trabajan en la identificación de huellas genéticas», comentó el genetista español Ángel Carracedo Álvarez, catedrático de medicina legal en la Universidad de Santiago de Compostela.

El avance en las técnicas
Angel Carracedo durante su exposición
  Carracedo enumeró los hitos principales en el perfeccionamiento de las técnicas para determinar la identidad biológica. Los métodos inciales (de las primeras décadas del siglo XX) consideraban los grupos sanguíneos ABO (antígenos tipo A ó B). En 1940 se descubrió el sistema Rh que luego permitió describir nuevos subgrupos sanguíneos. «De todos modos, lo único que se podía saber con certeza era si el padre presunto no era el padre biológico. No se podía determinar la inclusión», comentó el especialista. Más tarde se descubrieron los antígenos de histocompatibilidad, el HLA (Human Leukocyte Antigen), pero no se podía aplicar con material deteriorado. Hoy, este método se emplea en transplantes de órganos.

  En 1985, Alec Jeffreys, de la Universidad de Leicester, halló la técnica de la huella genética, basada en los microsatélites, secuencias cortas de ADN que no codifican para proteínas, están muy repetidas y muestran gran variación entre las personas.

  El desarrollo posterior de la técnica PCR (reacción en cadena de la polimerasa), una suerte de fotocopiadora genética, hizo posible amplificar los pequeños fragmentos de ADN.

  «En 1996 ya éramos capaces de tener resultados, en menos de cinco horas, a partir de una muestra del tamaño de una cabeza de alfiler, y con una probabilidad de coincidencia de 1 en 30 millones de personas», afirmó Carracedo, y luego subrayó: «Pero éste no es sólo un trabajo analítico, sino también de interpretación. Además, una tarea estadística muy compleja y que requiere gran entrenamiento, tanto en el cálculo como en la comunicación de los resultados».

  Otro hito fue el análisis del ADN mitocondrial, que se hereda sólo por vía materna, y que resolvió muchos casos en que las muestras estaban muy degradadas, ya fuera por la antigüedad o por las malas condiciones de conservación. Este método es una gran ayuda por el simple hecho de que en cada célula tenemos un solo núcleo, pero muchas mitocondrias. «El ADN mitocondrial permitió saber, por ejemplo, dónde estaba enterrado Colón, en Sevilla o en Santo Domingo. Algo intrascendente comparado con los problemas que se han resuelto aquí», comentó el genetista español. La técnica también ayudó a determinar que el hombre de Neanderthal no se había cruzado con los ancestros de los humanos actuales. De esta manera, la genética contribuye a entender la historia de los pueblos, resaltó Carracedo.

  El especialista también mencionó que el análisis del cromosoma «Y» permitió resolver crímenes que no podían determinarse con las otras técnicas; en particular, en agresiones sexuales en las que el semen del sospechoso se encuentra mezclado con células de una víctima mujer.

  Pero lo más nuevo es el empleo de los SNP, polimorfismos de un solo nucleótido. Se trata de variaciones en la secuencia del ADN que afectan a un solo nucleótido, es decir, donde una persona tiene una «T», otra posee una «A». Los SNP no cambian mucho de una generación a otra, y por eso resultan muy útiles en las pruebas genéticas, y son de gran ayuda cuando el material está muy degradado. En objetos personales, llaves, tarjetas de crédito, pueden obtenerse perfiles de SNP.

  Los SNP son empleados para identificar víctimas de catástrofes naturales (como el tsunami que se produjo en el Océano Índico a fines de 2004), casos de pescadores desaparecidos en el mar, o víctimas de atentados, como el del metro de Londres. En estos casos es importante saber el origen geográfico, que actualmente es muy diverso en Europa, y los SNP presentan variaciones según la geografía.

  Carracedo se mostró «gratamente sorprendido por el trabajo en la Argentina», pero recomendó: «deberían trabajar más coordinados».

  Durante los años 80 y 90 es cuando se promulgan las diferentes leyes sobre el derecho a la identidad y es también en esta época en que se desarrollan las técnicas para la identificación de personas a partir del ADN. «Históricamente los dos hechos coinciden. La ciencia coincide con el derecho», destacó la doctora Viviana Bernath, y agregó: «Mientras la legislación determinaba que todo individuo tenía derecho a ser reconocido por los otros, se podía demostrar que, de hecho, cada individuo podía ser identificado por los otros a partir del estudio del ADN».

  Hasta el presente, las técnicas de ADN han permitido recuperar 85 nietos, del total de 500 que fueron sustraídos por la dictadura. «Ahora buscamos chicos adultos, mujeres y hombres que, a su vez, tienen hijos. La falta de identidad se está transfiriendo a otra generación», señaló Carlotto. Y destacó: «Por eso la prisa por hallarlos. Además, ya no tenemos tiempo para esperar».

  «Los nietos no son sólo de las abuelas, son de todo el país, son los desaparecidos con vida», expresó Carlotto. Y resaltó: «A pesar de la fidelidad que puedan tener hacia quienes los criaron, que nadie se la va a negar, ellos tienen derecho a saber quiénes son. Y las abuelas tienen otro derecho, a encontrarlos. Y también la sociedad tiene ese derecho».

El derecho a la identidad y la protección de la intimidad

  Una pregunta que se repitió durante el coloquio fue si había que obligar a una persona a hacerse un análisis de ADN. Y este es el punto en que puede entrar en conflicto el derecho a la identidad con el derecho a proteger la intimidad. El conflicto toma una dimensión aún mayor en el caso de los hijos de desaparecidos, ya que el análisis aporta una prueba que termina inculpando a quienes los criaron.

  «Soy partidario de que la Corte Suprema se expida por el análisis compulsivo de sangre», afirmó el doctor Héctor Sagretti, Juez de Cámara y miembro de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. A partir de su experiencia como asesor de los hijos de desaparecidos, el especialista considera que esa medida liberaría de responsabilidad a los hijos, pues «la decisión de inculpar no recae sobre la persona sino sobre la Justicia».

  Además planteó que es necesario considerar, cuando se protege la intimidad, cuál es el bien jurídico protegido. «En la sustracción de menores se considera que el bien jurídico no es sólo la libertad individual sino también la relación familiar del menor».

  En el derecho se diferencia el sujeto de prueba del objeto de prueba, y se protege a la persona como sujeto de prueba, que posee el derecho de no autoinculparse o de no inculpar a un familiar. En lo relativo a la expresión, la persona es sujeto de prueba, pero en lo concerniente al cuerpo, es objeto de prueba. El cuerpo, como objeto, va a probar la verdad de las cosas, pero la persona no se está inculpando, o no está inculpando a quienes lo criaron, en el caso de los desaparecidos. «Se puede obligar a una extracción de sangre, porque allí el cuerpo actúa como objeto de prueba», destacó.

  Por su parte, Carracedo opinó: «Aquí se han cometido delitos gravísimos. Debería obligarse a dar pruebas». Y resaltó el hecho de que actualmente ya no es necesario extraer sangre, las técnicas han avanzado de tal modo que con una muestra de saliva es suficiente.

  En España, por una sensibilización especial debido a cuarenta años de dictadura, no se obligaba a las personas a dar una prueba. Pero ahora la situación se está revirtiendo.
 

Otro aporte para organizar la información

  Además de la genética forense, las Ciencias de la Computación y la Minería de Datos (Data mining) podrán aportar al esclarecimiento de la identidad, como describió el doctor Pablo Coll en la conferencia que inició el Coloquio. El equipo de investigación integrado por Coll, Inés Caridi, Claudio Dorso y Pablo Balenzuela, todos investigadores de esta Facultad, colaboran con el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en la elaboración de técnicas para formalizar el tratamiento de la información. El proyecto se inscribe en el Programa de desarrollo científico del EAAF y convoca también a estudiantes de grado y graduados interesados en la aplicación de herramientas y conocimientos para facilitar la tarea de identificación y la organización de la documentación sobre violaciones a los Derechos Humanos (ver Cable Nro. 623).
 

(*) Centro de Divulgación Científica – SEGB – FCEyN.

 

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