Isabel y Fernando, ¿tíos de Colón?
ES EL PRÓXIMO enigma que intentará resolver el profesor Lorente, el mismo médico que realiza las pruebas de ADN a los republicanos enterrados en fosas

LDEFONSO OLMEDO
 
Lorente es el primero en analizar el ADN de víctimas de la Guerra Civil. Hace ocho días recogía restos de fusilados leoneses.
Podríamos llamarle, para entendernos, el Sherlock Holmes de la genética. Porque el ADN, ese carné de identidad personal que nunca miente, es su especialidad. Cuando unos viejos huesos caen en sus manos, ya sea de fusilados en la Guerra Civil o del hermanastro de Fernando el Católico que algunas hipótesis por demostrar sostienen que fue padre de Cristóbal Colón (quizás su próxima investigación en tumbas de tronío), el profesor Lorente es capaz de decir más de ellos que cualquier DNI. El suyo cuenta que nació el 25 de junio de 1961 en un pueblo de Almería y que es profesor en la Universidad de Granada, la tierra donde fue asesinado Federico García Lorca sin que nunca se haya encontrado su sepultura.

Hijo y hermano de forenses uno de ellos, Miguel, es autor del libro Mi marido me pega lo normal, sobre los malos tratos a mujeres , José Antonio Lorente Acosta acaba de abrir una página inédita de la Historia de España. Porque la toma de muestras que realizó el sábado de la semana pasada en Priaranza del Bierzo (León), sobre cuatro cadáveres de un grupo de 13 republicanos asesinados de varios tiros en la nuca al principio de la Guerra Civil, es un viaje en el tiempo a un pasado que hace 66 años quedó mal sepultado en fosas clandestinas regadas por campos y carreteras de España. Por primera vez se hacían análisis de ADN para identificar a víctimas civiles del alzamiento (ver CRÓNICA del 17 de marzo).

El experto genetista, que ha sido llamado a hurgar como científico entre fosas comunes de desaparecidos de América Latina (Chile, Perú, Colombia…), tiene ahora sobre su mesa una propuesta de alcance mundial. Se trataría de identificar los restos de Colón (en la catedral de Sevilla o en la de Santo Domingo, que las dos ciudades se disputan la verdadera sepultura) y extraer su ADN para aclarar si, como sostiene el secreto autor del encargo, pudiera haber sido el hijo bastardo que el príncipe de Viana, hermanastro de Fernando el Católico, tuvo durante su breve estancia mallorquina (1458-1459) con Margarita Colom.

APRENDIZ CON EL FBI
No será la primera vez que Lorente contribuya, como jefe del laboratorio de genética humana de la Facultad de Medicina de Granada, a aclarar la Historia con mayúscula. Su paso en 1992 por la academia del FBI en Virginia (EEUU) becado por la OTAN él, que fue objetor de conciencia y sus investigaciones con ADN desde 1989 le acreditan como eficaz oráculo. A partir de 1994 se especializó en hacer hablar a los huesos.

«En uno de mis frecuentes viajes a Suramérica, a El Salvador», cuenta el forense andaluz, «se me acercó un señor, que era arquitecto y muy culto, y me hizo entrega de unos viejos restos óseos. Con cierto misterio me explicó que podría tratarse del emperador Maximiliano de México. El hombre sostenía que Maximiliano no fue ejecutado en 1867 y pudo huir hasta El Salvador, donde habría vivido pacíficamente hasta su muerte… La comparación con el ADN de familiares directos del archiduque de Austria a quien Napoleón III hizo emperador en México dio negativo». Pero a veces, sabe Lorente, una simple secuencia de ADN puede cambiar la Historia (y alude a los famosos casos de Anastasia, la supuesta hija de los zares de Rusia que no era tal, y Luis XVII, el hijo de María Antonieta y Luis XVI que sí fue enterrado en la prisión parisina de Temple, según confirmaron los análisis genéticos).

Quizás por orgullo patrio o por simple prurito profesional, a Lorente le excita la futura investigación sobre los restos de Colón. «Es como si me dieran una patada en cierta parte cada vez que en EEUU leo que era un marino genovés. Imagínate si sería hermoso demostrarles que no sólo era español sino hijo de un personaje como el príncipe de Viana».

El azar ha querido que el científico vuelva a reencontrarse con Carlos de Aragón (1421-1461), el hijo del rey Juan II (padre después de Fernando el Católico) y Blanca de Navarra, su primera esposa, cuyos restos fueron localizados en 1995 en una iglesia de Santa María de Nieva (Segovia). El profesor de la Universidad de Granada fue llamado entonces para desfacer un complicado entuerto: tomar muestras de ADN y compararlas con otras del príncipe de Viana, cuyos restos se creían situados en el monasterio de Poblet (Tarragona). Lorente recibió el encargo del Gobierno Foral de Navarra. «La secuencia del ADN mitocondrial, al tratarse de madre e hijo, debería haber sido la misma, pero no fue así… Realmente había un caos de huesos en el sepulcro de Poblet, que había sido saqueado en dos ocasiones. Mi hipótesis es que los huesos de los que tomamos la muestra eran de otra persona… Ahora trabajamos con otras instituciones en el monasterio para localizar definitivamente los restos del príncipe y de otros miembros de la realeza como Jaime I el Conquistador, Pedro el Ceremonioso…».

El grueso del trabajo diario del profesor Lorente se centra, no obstante, en episodios contemporáneos más cotidianos. Dilucidar paternidades (de su equipo fue el raro hallazgo, en 1997, de las mellizas que tenían distinto padre), aclarar violaciones, identificar cadáveres y… desaparecidos.

Él fue hombre clave en la puesta en marcha en 1999 del programa Fénix: un banco nacional de ADN primero en todo el mundo sobre desaparecidos y sus familiares que acaba de hacer posible, por ejemplo, la identificación inmediata del cadáver momificado de una niña desaparecida tiempo atrás en Salou (Tarragona). «Llevamos», habla Lorente en plural, sin olvidarse ni de la Guardia Civil ni de las fundaciones que aportan los 900.000 euros anuales del Fénix (BBVA, Caja Madrid, Endesa, March, Botín, Barrié, Areces, Altadis y Telefónica), «16 casos criminales resueltos, 160 restos óseos analizados y hemos tomado muestras de ADN a 236 familias con algún desaparecido».

El viernes 15 de marzo el coche de Lorente dejó Granada en el retrovisor. Acompañado por su esposa, Begoña (trabaja para El Corte Inglés como especialista en medicina del trabajo) y sus dos hijas (8 y 6 años), enfiló la carretera rumbo a la comarca leonesa de El Bierzo. En el maletero, una bolsa de plástico blanco endurecido del tamaño de una caja de zapatos lista para recibir los trozos de huesos (dientes, fémur, vértebras) de los cuatro primeros republicanos del grupo asesinado en Priaranza en 1936.

LA GUERRA CIVIL
«Después de localizar la fosa y hacer las exhumaciones, los de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica me pidieron que se hicieran las pruebas de ADN dentro del programa Fénix. Les tuve que explicar que las víctimas de la Guerra Civil no estaban incluidas. En enero pasado volvieron a insistirme y me tocaron algunas fibras sensibles».

Aunque en su propia familia no hubo víctimas de la guerra, Lorente entendió la demanda de quienes nunca pudieron enterrar a sus muertos. «Esto es pura justicia, histórica y humana. Imagínate que te saquen de tu casa una noche, te peguen un tiro, te echen en la cuneta y 60 años después nadie se haya preocupado de recogerte…Así que me ofrecí a hablar con la Universidad a ver qué se podía hacer. Les expliqué que no era posible realizar los 13 análisis.De común acuerdo, elegimos a cuatro porque parecían mejor identificados antropológicamente. No había dinero para más».

Empezaba así su primer trabajo vinculado con la guerra española.De otras batallas fratricidas, en tierras americanas, había investigado más. «Cuando estuve con el FBI, en Virginia, conocí a muchas delegaciones de países de habla hispana que nos visitaban y todas querían que les ayudáramos a identificar a sus desaparecidos».Lorente no supo decir que no.

El programa Fénix, años después, terminó cruzando fronteras y ya funciona en Colombia, México e incluso EEUU. Y en el laboratorio de la Universidad de Granada la cooperación internacional se materializa en cajas con huesos y otros restos orgánicos que de vez en vez llegan desde América: hace unos meses, 300 muestras de familiares de desaparecidos con Pinochet, antes restos para su identificación de los 14 miembros del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru que asaltaron en 1997 la embajada de Japón y fueron acribillados por militares de elite enviados por el hoy fugado Alberto Fujimori, o de las víctimas (magistrados y terroristas) del sangriento asalto en 1985 al Palacio de Justicia de Bogotá, sede de la Corte Suprema de Colombia.

A por los huesos de los cuatro republicanos leoneses fue él en persona. Le acompañó su familia, la pequeña bolsa blanca de los restos y unos kits con bastoncillos para tomar muestras de la mucosa bucal de los familiares vivos de Juan F. Falagán, Emilio Silva, Manuel Lago y Enrique González Miguel. A partir de ahora hablará el ADN, «una ciencia exacta». Lo demás es historia.

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